John Michael Coetzee, Premio Nobel de Literatura

Dos Booker, Primer Premio Literario de las Letras Sudafricanas, el Jerusalem Prize y The Irish Times International Fiction Prize. La vitrina de premios de J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) estaba repleta. Sin embargo, el escritor surafricano afincado en Inglaterra, tendrá que hacer hueco a uno más: el Premio Nobel de Literatura.


Es bien sabido que en la historia de este Premio se han dado tantos aciertos como errores. Muchos no han perdonado a la Academia Sueca que dejara en el olvido a autores como Tolstoi, por citar sólo un ejemplo. Así que, para errar lo menos posible parece que la Academia viene intentando en los últimos años escoger teniendo en cuenta no sólo la obra del galardonado sino también el personaje que el autor representa, el contexto socio-político del momento y su nacionalidad.
La obra
La obra de Coetzee es intachable. Es sobre todo un narrador duro, un novelista incómodo. Su escritura es baja de retórica y regular. Y es de esa tensión tranquila de donde surge la potencia de este narrador: una apariencia fría con un volcán debajo. Al preparar las quinielas para el Nobel de este año, muchos eran los que pensaban que Coetzee no encajaba con este galardón. Demasiado escritor para el Nobel y demasiado poco políticamente correcto. Coetzee utiliza alientos cortos y muestra las situaciones de forma directa, sin adornos, meciendo el texto a base de modulaciones de conciencia.
El personaje
El personaje también es importante a la hora de dar un premio. Y aquí la Academia parece haber apostado por las razón aristotélica, que sostiene que los discursos coherentes deben sostenerse, además de en su lógica y hermosura internas, en las actuaciones externas del autor. Algo así como que George Bush no podría firmar un documento antiglobalización y esperar que la gente se lo crea. O sea, que de un Nobel se espera cierta entereza. Coetzee la ha demostrado como escritor comprometido con la problemática sudafricana, que ha abordado para mostrar de la forma más cruda la incomprensibilidad que reinó en dicho conflicto.
El Premio a Coetzee es coherente con la línea iniciada por la Academia al premiar a otros autores como Saramago o Kertész , cuyo compromiso social pesó mucho en la elección, una máxima ésta –la del compromiso- que cobra cada vez más importancia en la decisión final de la Academia. Sin embargo, a pesar de que Coetzee es un escritor moral, en su caso, la literatura está por delante del compromiso. En primer lugar porque su literatura no es explícitamente comprometida, como sí en los casos anteriores, y, en segundo, porque su compromiso está en segundo plano. Lo fundamental para este autor es rayar a gran altura. Podríamos decir que el compromiso de Coetzee con Sudáfrica lo es tanto como lo fue el de Faulkner con Missisipi. El compromiso en Coetzee no es protagonista y, por la misma razón, es especialmente honesto. Su obra es la antítesis de la literatura de bandera.
El emblema
Decíamos que la Academia tiene también en cuenta el momento socio-político en que se navegue cada año. Esta edición era especialmente tensa, después de una Guerra que conmocionó a la opinión pública internacional. Sin entrar en demonizar a unos u a otros, la Academia parece haber optado por aceptar la crudeza con la que a veces se comporta la realidad.
La obra de Coetzee, aunque comprometida, es triste –antes que pesimista- y carente de esperanza. La imposibilidad de reconciliación y de compresión entre los opuestos de un conflicto está presente en su narrativa y, en ocasiones, aborda directamente el tema de la imposibilidad de vivir. Lo increíble del caso es que una literatura tan desesperanzadora como la suya haya conseguido situarse en un lugar donde no resulta incómodo para los galardones oficiales consiguiendo, año tras año los premios más importantes en el ámbito literario. Sea como fuere, su obra lo ha convertido en un escritor emblemático por su posición ante problemas políticos concretos y este año la Academia Sueca ha escogido el suyo como el mejor de los emblemas posibles.
Finalmente, el último motivo de la elección, el eterno tema de la nacionalidad. Aquello de que un año es para un europeo y al otro no. En fin, este año la Academia ha sido lista y conciliadora. Ha ganado un escritor sudafricano que es uno de los principales exponentes de la literatura anglosajona.

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