Ramón, cien años de cambios

Un vecino de As Pontes cuenta la transformación que vivió la villa
[La Voz de Galicia] Ramón Castro Fernández nació hace casi 101 años (alcanzará esta cifra el próximo 3 de febrero) en el lugar de O Vilar, en la parroquia pontesa de Vilavella, un rincón que hoy ya ha quedado sepultado para siempre bajo el manto de agua que recubre la antigua mina de Endesa. Y es que los ojos de Ramón do Vilar han visto, a lo largo de más de un siglo de vida la transformación que ha experimentado el municipio. Cómo ha pasado de un lugar dónde «tan solo había una feria el 15 y el primero de mes» hasta ser uno de los motores industriales de la comarca.
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Ramón fue uno de tantos gallegos que emigraron hacia América. Tenía 17 años cuando embarcó con destino a Cuba. Una huida de la necesidad que se prolongó durante 33 años en los que no pudo ver crecer a su único hijo. Allí trabajó en una empresa que se dedicaba al cultivo y venta de flores. «Pasé, como en todos los lugares, buenos y malos momentos», explica. Pero escarbando en la memoria, el recuerdo que le sobreviene es el de un tiempo donde los días se prolongaban en noches tibias. «Me encantaba el calor. Era tan diferente a esto», asegura mientras camina por el casco histórico de As Pontes.
Entonces llegó la revolución al país caribeño. Los contrarrevolucionarios empezaron a presionar a las empresas para que sufragasen los gastos de una guerra que desangraba a los dos bandos. Entonces la compañía en la que trabaja «se fue desmembrando» y Ramón realizó en sentido contrario el mismo viaje que había hecho 33 años antes.
Volver a empezar
Con medio siglo a sus espaldas le tocaba volver a empezar. Llegó a As Pontes y en el valle donde había nacido, la Empresa Nacional Calvo Sotelo ya había abierto el filón del carbón, había iniciado el despegue de la villa. Trabajó durante unos años en el campo y luego encontró acomodo en una constructora de Ferrol. Así pasó el último trecho de camino antes de jubilarse. Ya en el retiro, observó cómo Endesa levantaba el mayor complejo eléctrico de España y vio cómo aquellas tierras en las que había jugado desde pequeño quedaban engullidas por el empuje del progreso. «Todo -comenta- cambiaba muy rápido. Empezaba la modernidad».
Ahora, con la calma que le da haber vivido «más de lo que se imaginaba» consume los días entre paseos por las calles de As Pontes y las partidas de dominó. «Ya no puedo jugar, porque la cabeza no me da para tanto, pero me siento a ver a los amigos», reconoce.
Sigue activo como presidente de la comisión de fiestas de A Esfarrapa. «Creo -bromea- que en la directiva no encontraron a nadie más joven». Porque si algo tiene Ramón es que la sonrisa no se le borra del rostro con facilidad. Su mirada solo se turba cuando recuerda la muerte de su hijo y de sus seres queridos. «Ya solo quedo yo», lamenta. Pero el apoyo de sus sobrinos, como Manuel Fernández, que lo acompaña en el paseo, le devuelve la felicidad.

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