Donde la luz nació de las entrañas de la tierra
[La Voz de Galicia] A lo largo de su historia, As Pontes, que comenzó a despuntar en el siglo XIV con García Rodríguez, pasó de ser una población agraria a convertirse en uno de los grandes centros de producción de energía eléctrica
También en este caso la historia es bien conocida, pero no por ello recordarla importa menos. Corría el siglo XIV, tan dado a guerras y más guerras. Y cuando Don Enrique II de Castilla, por razones obvias llamado el de las Mercedes , se impuso a su hermano Don Pedro el Cruel en la lucha por la corona, resulta que el caballero García Rodríguez de Valcárcel, que debía de ser hombre espabilado, ya estaba muy bien situado en el bando más conveniente. No tan bien colocado como Fernán Pérez de Andrade o Bóo , que hasta llegó a tener cronista particular, pero lo bastante abrigado como para salir de pobre.
El caso es que el rey le concedió a Rodríguez de Valcárcel, que al parecer había contribuido a su rescate tras la batalla de Nájera, el señorío («…donación pura y perpetua…») de la villa, que por aquellos tiempos no tenía calidad de tal, sino de «lugar», y a la que le decían, por cierto, en los documentos de peso, «de las Puentes de Hume».
(En fin: la cosa es que el señor de As Pontes, lejos de dedicarse al dolce far niente , se empeñó en dejar huella. Y la dejó. Construyó puentes. Entre ellos, uno del que se guardó memoria durante siglos, y que los vecinos llamaron A ponte dos ferros .)
No consta que, a diferencia de aquel Fernán Pérez de Andrade que, si no su amigo -ese jugaba en otra liga…-, sí debió de ser al menos su modelo a seguir, alzase el pontés monasterios y fortalezas. Pero, en cualquier caso, a nosotros, a esta hora, nos gusta soñarlo entre aquellas nieblas de la Baja Edad Media en su casa pontesa, que sin duda tendría una pequeña torre desde la que contemplar sus dominios, naturalmente modestos.
Tal vez lector de Horacio
A saber por qué, ahora nos da por pensar que Rodríguez de Valcárcel tendría libros, quizás hasta una docena. Que leería a Horacio («Carpe diem quam minimum credula postero…») y que, en efecto, entendería muy bien la conveniencia de aprovechar cada día de la existencia sin aguardar por lo que el mañana tal vez nos niegue. Aunque, hombre ya sin ambiciones, nada más de la vida esperaría en ese momento. A mí, particularmente, hasta me da por imaginar que el Señor de As Pontes tenía en su poder un manuscrito de Guillaume de Lorris, el del Roman de la Rose . Un manuscrito que le habría regalado Bertrand du Guesclin, a quien sin duda conoció cuando ambos estaban al servicio de Don Pedro y ni ponían ni quitaban rey, pero por si las moscas ayudaban un poquito más a su señor. Y también me gusta soñar, por cierto, que Don García criaba palomas de buche, amaestraba gallos y era muy aficionado a las truchas de río, es decir que a la pesca. De él, que quien sabe si nos estará oyendo, hablamos Mary Carmen y yo a unos metros del Eume.
Mary Carmen canta en la coral, y además escribe versos. Unos versos llenos de emoción, e inspirados en quienes nos dejaron prematuramente. También hablamos, ella y yo, de los orígenes comunes en la no muy lejana Labrada de la Terra Chá: de los que allí marcharon a Cedeira o a Ferrolterra, además de a As Pontes. El que fundó la casa matriz había llegado, previamente, de Forcarei. Venía a lousar , y se casó con una chairega. Seguro que también a él le gustaban mucho As Pontes y sus ferias.