Amigus
As Pontes

Los vecinos más silenciosos

El ayuntamiento de As Pontes contabiliza 74 aldeas abandonadas, la mayor parte por el éxodo de sus habitantes hacia la capital del municipio en busca de trabajo
[La Opinión de A Coruña] Los aerogeneradores conviven con los caballos y el silencio con las casas de piedra. Las aldeas abandonadas son cada vez más, y poco a poco minan el territorio de un municipio que vive alrededor de una chimenea. En A Coruña, los concellos de As Pontes y Ortigueira son los que más pueblos fantasma concentran. Las oportunidades de trabajo y el abandono de la agricultura son las causas que apuntan los que resisten en el rural. Ni siquiera ellos confían en que los núcleos aún vivos puedan mantenerse muchos años más.


Muchos vecinos de As Pontes temen que la central térmica pueda tener sus días contados, aunque las chimeneas, instituidas como símbolo del municipio, todavía resisten los embistes de las energías renovables. Fueron muchos los que, atraídos por las oportunidades de empleo de la planta, se acercaron a la capital del municipio y abandonaron sus aldeas de origen. Este éxodo se sucedió durante décadas y entre 2000 y 2009 también se notó: aumentó en una decena el número de núcleos deshabitados, y ya hacen un total de 74. El ayuntamiento de As Pontes es, tras el de Ortigueira, el que más pueblos fantasma aglutina en la provincia de A Coruña. Es en los márgenes de la carretera que une ambos municipios donde más se nota la desaparición de los habitantes y la resistencia de las casas construidas piedra a piedra.
Los aerogeneradores en lo alto y los caballos a ras de carretera marcan el camino hacia O Freixo, la única de las aldeas de la zona que todavía está habitada. La bienvenida al pueblo la da el cementerio que, curiosamente, es el motivo de que, de vez en cuando, en entierros o cabodanos, el medio centenar de vecinos reciban a unos cuantos más. Así lo explica María del Carmen Varela, que regenta el único bar de la zona, y que cuenta, con los dedos de la mano, otros días señalados en los que el pueblo vuelve a la vida y se hace el bullicio: la comida dedicada a la caza o la feria del caballo.
Detrás de la barra explica que, según le contaron, “llegaron a ser 300 vecinos”, aunque ahora, contabiliza mentalmente, “puede haber 45 casas”. Y bajando. “Esto va a desaparecer en pocos años; en diez años, cuando mueran los cuatro viejos que hay, quedará abandonado”, lamenta. Su único cliente de la mañana, Alberto Corral, rechaza la estimación: “Un poco más…”. Él nació en la aldea, pero, como muchos, trabaja en As Pontes, y confía en que sus vecinos aguanten el pulso un poco más. El problema es sólo uno: el empleo. Como él, los jóvenes se marcharon en busca de oportunidades y ya no volvieron. La única opción, comentan ambos, es el ganado y la tierra y aún combinando ingresos de fuera y dentro de casa, asegura Carmen, “casi no llega”.
Al margen del trabajo, Alberto reconoce que vivir en la montaña es “fastidiado” porque en invierno O Freixo queda varias veces aislado entre la nieve. “Aunque limpian las carreteras, nos quedamos incomunicados”, relata. Aún hay quien apuesta no sólo por quedarse en su pueblo, sino que intenta ganarse la vida con la belleza del paraje, justamente por su lejanía del mundo. Es el caso de alguna casa rural que, con señalización desde las carreteras principales, intenta atraer a aquellos que buscan el silencio que no encuentran en las ciudades.
También hay otros ponteses que, aunque no viven en las casas, trabajan las tierras o, por lo menos, no las dejan morir y poseen caballos que las mantienen limpias. Es el caso de Adolfo Cebreiro, que, aunque vive en As Pontes, dos veces por semana va a vigilar su finca, en Celerotes. Tanto Celerotes de Arriba como de Abaixo están vacíos. Casas de piedra, hierba de rabioso color verde lluvia y aperos de labranza aparcados en el cortello. Es la imagen de las aldeas deshabitadas del municipio.
“Con 18 años me fui del pueblo a aprender a ser mecánico, me casé….”. Fin de la historia. De muchas historias. Adolfo no se plantea volver a la vivienda que le vio nacer, pero cuida la casa y las tierras. Tampoco piensa en vender las “propiedades” -como él las llama-: “Están sin partir”. La herencia de sus padres se mantiene de una pieza y así se quedará hasta que sea él el que deje su legado. Sus hijos tendrán que decidir. Mientras nadie opina, él acude dos o tres veces a la semana “a mirar” y a recordar cómo la pista donde ahora llega cómodamente en un turismo era antes un lodazal que le impedía llegar en bicicleta o en moto Vespa hasta la puerta de que era su casa. “Ahora que no hay gente, hay carretera…”, critica y rememora cómo cargaba la bici dos kilómetros hasta que podía montarse en ella y pedalear, ya en O Freixo.
Tras do Río es otra aldea abandonada de As Pontes aunque en las últimas semanas algo se mueve. Los propietarios de la casa más grande del núcleo la están arreglando, aunque reconocen que no saben muy bien qué harán con ella. Las opciones en la zona son pocas: la venta en tiempos de crisis inmobiliaria es difícil y la conversión en casa rural supone un riesgo económico que no muchos están dispuestos a asumir. ¿Volver a vivir en la vivienda? Nadie se lo plantea.

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