Una monja tras ocho años de sequía

María Blanco Bellas, licenciada en Medicina, dará mañana el paso para unir su futuro a la comunidad benedictina
[El Correo Gallego] “Sí quiero. Lo quiero y lo deseo”. Con esta frase y una voz clara y firme realizó hace casi cuatro años la entonces novicia María Blanco Bellas, licenciada en Medicina, su promesa de votos temporales para formar parte de la comunidad benedictina del convento de San Paio. Es decir, el paso previo a su ingreso definitivo en la congregación religiosa. Mañana a las cinco y media de la tarde, en una solemne y vistosa ceremonia, dará el paso definitivo, también en San Paio, para consagrar su vida como monja.


La historia de esta joven nacida en As Pontes de García Rodríguez hace 30 años, y afincada en Compostela con su familia desde hace mucho tiempo, no es muy diferente a la de cualquier chica de su edad. Sin embargo, cuando terminó la carrera de Medicina decidió iniciar su postulantado en el convento de clausura de San Paio. Seis meses después comenzó el noviciado convencida de que quería dedicar su vida a Dios.
Su padre, también médico, cuenta que María siempre tuvo inclinación religiosa. La ceremonia de mañana es un hecho excepcional porque, tal y como cuenta José Fernández Lago, hace ya unos ocho años que no tiene lugar un acto similar en San Paio. En ese momento fue Almudena Vilariño -cuyo padre, compostelano de nacimiento, ejerce como catedrático de Derecho en Madrid- la que dio el paso que mañana dará María. Ambas estudian precisamente ahora juntas en el Instituto Teológico. “Les falta poco para acabar el Bachillerato en Teología”, explica Fernández Lago, “que es convalidable civilmente como una Licenciatura en Ciencias Religiosas”. El canónigo lectoral la recuerda como una chica muy alegre a la que “da gusto oirla cantar cuando lo hace en el Monasterio de San Paio”.
En la ceremonia que tuvo lugar hace cerca de cuatro años, el paso intermedio en su carrera para ser monja, monseñor Barrio le dedicó unas emotivas palabras: “De alguna manera pierdes tu vida, pero es para ganarla”, le dijo durante su consagración. Ella, siempre con un rostro sereno que irradiaba felicidad, prometió por tres años estabilidad y obediencia según la regla de San Benito. Al término de la Eucaristía, la joven se fundió en un emotivo abrazo con sus padres, ambos creyentes, que vivieron la ceremonia alegres y muy orgullosos de su hija. “Somos creyentes y respetamos su decisión. Estamos muy orgullosos de ella y llenos de alegría”.
Mañana, su familia de sangre y la religiosa tendrán una nueva oportunidad de sentir orgullo por esta chica tan especial.

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