Investigación de la reacción humana a los androides

¿Desconfían las personas de los androides? ¿Existe un sentimiento de repulsión? Un estudio afirma que sí. Las réplicas humanas se asemejan y actúan casi como seres humanos, pero provocan sentimientos de desagrado.
Masahiro Mori, dedicado a la investigación robótica en Japón, acuñó en la década de los setenta el término «valle inquietante» para describir este fenómeno. El «valle» es un bache en una gráfica de la aceptación de un androide que se corresponde con la pérdida de las características maquinales y la dotación de un parecido excesivo a un humano.


Un equipo internacional investigó el fenómeno del valle inquietante estudiando el encéfalo de personas mientras observaban a un androide inquietante denominado Repliee Q2. Los descubrimientos, publicados en la revista Social Cognitive and Affective Neuroscience, sugieren que el desajuste perceptual entre la apariencia y el movimiento es lo que provoca estos sentimientos.
Dirigidos por la Universidad de California (UC) San Diego (Estados Unidos), los investigadores afirman que los humanos presentan reacciones positivas a un agente (androide) que presenta algunas características humanas. Los personajes de dibujos animados, los muñecos e incluso el robot de la Guerra de las Galaxias R2D2 han gozado y continúan gozando de gran popularidad. Y aunque a la mayoría de la personas les agradan aquellos agentes que se vuelven más humanos, existe un punto en esta trayectoria ascendente que suscita un sentimiento en el que el agente resulta a la vez extraño y perturbador.
Ayse Pinar Saygin, de la UC San Diego y autora principal del estudio, evaluó junto a sus colegas lo que denominan el «sistema de percepción de la acción» del encéfalo humano. ¿Está este sistema configurado más en función de la apariencia o del movimiento del ser humano? El objetivo era desentrañar las propiedades funcionales de sistemas encefálicos que permiten que las personas comprendan las acciones y los movimientos de los demás.
El experimento se realizó utilizando una muestra de 20 personas con edades entre 20 y 36 años sin experiencia significativa en el estudio de la robótica y que no habían visitado Japón con anterioridad. Las personas de este país asiático están más inclinadas, culturalmente, hacia la aceptación de androides y a interactuar con ellos.
En total se mostraron doce vídeos de Repliee Q2 a los veinte participantes del estudio. En ellos, Repliee Q2 realizaba una serie de acciones como recoger un trozo de papel, beber agua y saludar. Los individuos también observaron vídeos de las mismas acciones realizadas por el humano que había servido de modelo para el agente así como vídeos de una versión del androide en el que se mostraban el cableado y las piezas metálicas del mismo.
Se establecieron tres condiciones: un humano con movimiento y una apariencia biológica, un agente humanoide con el movimiento mecánico de un robot, y un robot con movimientos y apariencia mecánica.
A todos los participantes se les mostraron los vídeos antes de introducirlos en un escáner de resonancia magnética funcional (RMf) y se les informó de cuál era humano y cuál un robot. Los investigadores observaron que la diferencia más importante en la respuesta cerebral se producía durante el vídeo que mostraba la condición de androide. Esta actividad se producía en la corteza parietal a ambos lados del encéfalo, en las zonas que conectan la parte de la corteza visual del encéfalo que procesa los movimientos corporales con el área de la corteza motora en la que se sospecha se ubican las neuronas espejo (dedicadas a la empatía).
Tras observar los resultados de la RMf el equipo entiende que se produce un desajuste. El cerebro se «encendía» cuando la apariencia humanoide de un androide y su movimiento robótico «no computaban».
«El encéfalo no parece creado para atender a la apariencia biológica o al movimiento biológico per se», indicó la profesora Saygin. «Aparentemente se ocupa de comprobar si se cumplen sus expectativas, que la apariencia y el movimiento sean congruentes.»
Básicamente, las personas no tienen inconveniente ante un agente que parezca humano y se mueva como tal. Tampoco lo tienen ante uno que parezca un robot y actúe como tal. El problema se produce cuando la apariencia y el movimiento no coinciden.
«A medida que aumente la presencia de agentes artificiales humanoides, es posible que nuestros sistemas perceptuales se reajusten para aceptar a estos nuevos compañeros sociales», apuntan los autores en el artículo. «O quizás decidamos que no es buena idea construirlos tan parecidos a nuestra propia imagen.»
Al estudio también contribuyeron investigadores de Dinamarca, Francia, Japón y Reino Unido.
Para más información:
Social Cognitive and Affective Neuroscience: http://scan.oxfordjournals.org/
UC San Diego: http://www.ucsd.edu/

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